domingo, 22 de julio de 2012

Lo hice

Suena el despertador. Despierto. Me cuesta levantarme, pero me levanto. Parece que hoy el condenado sol brilla más que nunca. Me desnudo. Me dirijo hacia la ducha. Empiezo a ducharme. La ducha es un buen momento para pensar y meditar. Pienso en Lucía, en sus palabras del día anterior. “No lo hagas”, me dijo. Tiene gracia que ella me dijera eso, aunque lo peor de todo es que yo lo hice. Ahora yo pienso en la noche anterior. Mi última noche como policía.




Hoy seré despedido. Por ello, intento memorizar cada patrullaje nocturno, cada investigación... Todo lo que yo he visto... Pero lo peor de todo, es que lo hice. Maldita sea, no puedo quitármelo de la cabeza.

Suena el teléfono. “No lo cojas”, me dice el cerebro; “cógelo”, dice mi intuición. Como siempre me pasa, el sentimiento vence a la razón. “¿Existe la razón?”, pienso. “Bueno, si pienso, existo”, en fin, yo siento o pienso en tonterías. Cojo el teléfono. Es Lucía:

- Hola, Lucía, - yo empiezo la conversación – perdona, pero, ¿qué quieres preciosa?

- Sólo quería decirte... que te quiero –y cuelga.

“Que te quiero”, esas palabras empezaron a resonar en mi cabeza. Es curioso, pero es muy fácil decir algo y es muy difícil demostrarlo. Es como la vida, es muy fácil decir que uno vive, pero imposible demostrarlo. “¿Cómo demostrar que uno está viviendo?”, yo me pregunté. Para colmo, otra gilipollez.

La verdad es que Lucía está loca. Es como una niña. Ella a veces me da envidia. Hace las cosas y entonces no se preocupa de lo malo que haya podido hacer. A mí sí. Sin embargo, esta vez la encontré muy cuerda...

Ahora, eso ya no me preocupa. Lo que más me intriga es que ella me dijo “No lo hagas”... Y yo lo hice.

Desayuno. Tomo un vaso de zumo de naranja y un par de tostadas. No está mal para despedirse. Vuelvo al baño para lavarme los dientes. “¿Es importante que estén limpios?”, pensé. Estaba lavándome los dientes, cuando llaman a la puerta. Estoy tranquilo a pesar de todo. Camino despacio por el pasillo. Es corto, pero ahora me parece larguísimo. Abro la puerta. Son dos tipos trajeados, robustos, con cara de animales. Parecía que acababan de salir del infierno. Justo como me los imaginé. Así fue como imaginé que sería el día de mi despido, mi último día de policía.

- Hola –me dice el más bajo de ellos.

- ¿Ya estáis aquí, tan pronto? –Dije para matar el tiempo. Ese tiempo que siempre estuve matando.

- Sí, maldito hijo de puta –Gritó el más alto de ellos.

Los dos toman sus armas y me disparan. Las balas hacen mucho daño cuando te atraviesan pero puedo decir que duele más dispararlas. El dolor no impide que me llegue la imagen de Lucía. El dolor no me impide creer que quizá me lo merecía. El dolor no hace regresar el pasado. Yo ya no podía ver, casi ni pensar, cuando con otro de mis sentidos, pude escuchar una frase de ellos:

-¡Lo hiciste, sabes que lo hiciste! –Mis asesinos gritaban.

Maldición. Ahora ellos tenían más razón que nunca: lo peor de todo, es que era cierto: lo hice.


Antonio Sierra (2004)

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