viernes, 22 de junio de 2012

Las luces de la ciudad

Adoro las luces nocturnas.
Me absorben de una manera parecida a lo que hacen los rosarios con las beatas. Cuando conduzco por las noches mi coche se convierte en una diminuta sala al margen de todo, mi mirada se pierde entre ellas aunque de alguna manera sigo silueteando el camino que hace la carretera. A veces hasta apago la radio para que me succionen de mi asiento con mas intensidad. Sí, de noche soy un peligro al volante.
Collateral es una buena película. Tiene algunos actores muy buenos, y otros que sorprendentemente lo hacen bien. Pero dos cosas la convirtieron en uno de esos filmes que no se te van de la cabeza; su banda sonora que es de principio a fin un acierto y una genialidad, y por otro lado sus secuencias recorriendo carreteras y luces desenfocadas.
Me recuerda a mi infancia.
Olores de la ropa, sabores dulces de caramelos, caídas ridículas… a mí me transportan de alguna manera las luces de las zonas urbanas yendo en coche. Mi padre conduciendo su antiguo renault 21 y hablándome de cosas que no recuerdo, yo, sentado en el asiento del copiloto viendo pasar las luces.
Este recuerdo va muy unido a una canción, Ruido, de Joaquín Sabina. Solía tener todo tipo de música rock en el coche, Los Rolling Stones, Led Zeppelin y un montón inmenso de casetes grabados por el de la radio, pero sobre todo me acuerdo de Sabina y de su Ruido.
Esta noche, después de dejar la estación, he sentido esa soledad más que nunca. No esa soledad deprimente en la que piensas que estás solo y que nadie te quiere. No, esa otra soledad que debe sentir un cerdo en una diminuta jaula esperando al despiece, “Qué mas da estar rodeado de más como yo, sólo somos un montón de carne, grasa y fluidos recogidos en un saco de piel”.
Me crucé con dos chicas. No tuvieron por mí ni la mas mínima curiosidad, ni siquiera alzaron los ojos hacia mí. No me refiero a que no se sintieran atraídas o que no me miraran con deseo, me refiero a que dudo siquiera que notaran mi presencia mientras nos cruzábamos, eso hizo que esa soledad se me clavara casi como un dolor. ¿Y si ni siquiera estaba allí? ¿Nadie podía verme? Unos metros más adelante un cazador de miradas (uno de esos cosechadores de músculos que siempre están acechando los ojos de los demás para ver si echan algún vistazo a su cuerpo, para así seguir alimentando esa bola de nieve que es su ego) intercambió una mirada conmigo antes de darse cuenta que yo no era la próxima víctima de sus hipertrofiados “encantos”. Pero al menos reparó en mí. Dejé de desvanecerme. Pagué el parking, entré en el coche y puse camino a mi casa siguiendo el camino marcado por las luces de la ciudad.

Cómo me gustan esas luces.

3 comentarios:

  1. Magnífico relato corto. Me has dejado atónito.

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  2. Parece que penséis que los de diseñadores no necesitamos aprender a leer o a escribir jajaja

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  3. No, pero es que es realmente BUENO, joder tío que me ha emocionado leñe.

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