miércoles, 19 de diciembre de 2012

Despertar - (2012)



La brisa despierta mi mente cual viento a la marea. Miro, observo en mi despertar agotador cómo la burbuja inocente de la vida se va marchitando, poco a poco, sin prisa pero sin pausa.

Recuerdo todo aquello que siempre quise recordar haber hecho, aquellos viajes por desiertos puros donde el tiempo no pasa, amores fugaces como brillos de estrellas que perecieron en una noche, o quizá en dos, paseos por frondosos paisajes impresionistas, con flores fauvistas y árboles gauguianos. Días que pasaron sin miedo a nada, incluso a la propia nada, sin miedo a encontrame, sin miedo a ser mi verdadera esencia. Recuerdo aquellos días de libertad absoluta, libre albedrío, púrpura pólvora en el sexo, fuego pasional en el amor, sueños dulces con mañanas de belleza desolada. Tiempos en que bebía la tregua que nos da la juventud, tiempos en que aún era caudal de un río que parecía no tener océano ni mar.

Y sigo recordando, mientras un rayo de luz de mi amado sol me recuerda que cada gota de oxígeno que me dio la vida, a su vez me la ha ido quitando, recuerdos de historias que no pasaron o que pasaron tan deprisa que ya no son recordadas, y otras que, inevitablemente marcan tu insensata, ilusoria y, seguramente, falsa existencia.



A mi lado, mis fieles amigos, los llaman roble y encina, aunque siempre me han contado que no les gustan esos nombres y que cada uno debe elegir el suyo, que es el verdadero. Pero ni eso nos dejan elegir al nacer. La hierba que, ocultamente, palpitaba debajo de mí, me sonríe. Sabe que ella siempre renace, mientras yo, insulso necio parlante, no sé ni a dónde voy ni de dónde vengo. 

Camino, retrocedo y veo en una memoria fantasmal trazos de la vida que creo haber vivido. Aquellos recuerdos que nunca quise haber recordado. La muerte de mis seres queridos, viajes por calles desiertas, sin alma, sin colores fauvistas, sin música de John Barry. Vida dentro de una jaula rodeado de máquinas parlanchinas que te miran sin descanso. Retazos de dolor con pinceladas de efímera felicidad. Sueños sin cumplir, promesas sin prometer, desiertos, prados y montañas sin sentir, amores que no desafían al tiempo, el miedo a la nada y al todo, falsa pasión, falsa libertad, oscura seducción, muerte a mi alrededor, en movimiento o parada, lluvia que no moja y calor que no calienta, necedades insatisfactorias en un umbral de desolación, cachibaches rotos sobre corazones deshumanizados y cielos estrellados sin disfrutar, sin soñar.

Entonces, vuelvo a despertar, pero esta vez en vigilia, y veo TODO. Veo el amor y la belleza. Todo a mi alrededor es puro, eterno. Los buitres me saludan con su legendario e inagotable vuelo, las plantas lloran al verme pasar, los lobos me acarician los pies con su fértil fidelidad. Los colores son vivos, el cielo azul es el más maravilloso que jamás he visto. Las liebres corretean con ilusión y la ignorancia de quien se cree eterno. Y ellos, mis admirados amigos, me miran desde arriba y se compadecen de mí, equivocadamente, pues gracias a todos ellos comprendo lo que soy.

Me dejo caer hacia un río y sus aguas me acarician con cariño, me enseñan cosas que jamás nadie me enseñó en la escuela y trasciendo. Comprendo que todo lo que viví fue una macabra broma, que lo más hermoso es lo que nos quieren ocultar y que todo lo que había hecho era perder eso que llamamos tiempo. Ellos, mis altos y eternos amigos, lo llaman APRENDIZAJE. Mientras tanto, el río me lleva, las nutrias me ayudan a lograr mi objetivo. Por fin, soy LIBRE



Antonio Sierra (2012)

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